jueves, 25 de octubre de 2012

Cuando uno odia un país (diatriba)

Autor: Luis Fernando Arredondo Gómez


      [Escrito en Envigado (Antioquia) en septiembre de 2002. Parte del libro inédito denominado "Infierno". Este texto es una expresión venenosa de impotencia política y social. Cuando la ilegalidad y la barbarie prevalecen de una forma tan contundente, tan irrevocable, tan masiva, los hombres conscientes sólo tienen tres caminos: huir; o tomar las armas y responder violencia con violencia; o resignarse, quejarse -denunciar- y llorar. Estas distorsiones individuales que conllevan estados necios, patológicos o criminales, son fruto de ambientes sociales colapsados -solapados- cuya transformación es urgente si se quiere detener y revertir el salvajismo de sus habitantes. ]




15 de septiembre de 2002




     Cuando uno odia un país, convierte su casa en un verdadero refugio, y mantiene cerradas puertas y ventanas. Cuando uno odia un país, vive inmerso en sus pensamientos, y sólo atina a esquivar automotores, personas, modos, chismes, saludos, preguntas, súplicas, insultos... Cuando uno odia un país, quiere pisotear el rostro de todos, pero uno está solo en medio de un batallón de ineptos
 
     
     Cuando uno odia un país, la pasa muy mal: todo lo ve negro; el cuerpo, comenzando por los ojos, se llena de ira; muestra siempre una cara negativa: uno no está orgulloso de sus prójimos, y ni siquiera se siente uno de éstos; uno despliega tanto odio que juzga y condena a su propia familia.


     Cuando uno odia un país, quiere marcharse, y si no tiene dinero ni la fuerza para hacerlo, quiere suicidarse, pero tampoco es capaz. Tal vez porque absurdamente espera que el destino le indique un camino. Tal vez porque aguarda tener la oportunidad de suprimir todo aquello que odia. 

 
 
 
 

     Por eso pienso que cuando uno odia un país, y éste es el país en el cual se nace, uno vive en un caos, uno es un incomprendido (o mejor, es incapaz de comprender a sus “paisanos”). Tal vez cuando uno odia “su” país es un incapaz. Existen muchas clases de incapaces: tal vez comienza por ser incapaz de amar.

 
     Así, cual soy y he sido, llegué otra vez al Parque de Berrío. Recién pasadas las seis de la mañana, cuando las palomas se levantaban, cuando el primer termo de tinto del día va en la mitad, cuando los barrenderos se dirigen al lugar, y cuando aún arden algunas cuscas que fueron cigarros encendidos entre las penumbras de la madrugada.


     Uno va retrasado y lleno de nada, con el paso rápido de zapatos con suela de goma que patinan sobre las húmedas lozas, con el alma cobijada y el cerebro duchado. Nadie lo espera a uno y alguien saluda. Sigue la cortesía reglamentaria que muchos damos con sinceridad. Nos encontramos con gente agradable y talentosa: nuestros compañeros de curso y profesor. Lo que sigue es un deambular sin sentido.



Parque de Berrio (Medellin)

                            

     Tratamos de topar riquezas en esta tierra árida rodeada de montañas, intentamos comprar el exotismo que algunos de los privilegiados del mundo buscan aquí. Procuramos encontrar nuestra historia, pero este pueblo la desecha cada cierto tiempo. El parque más tradicional de la ciudad fue coronado con varias toneladas de cemento, rieles y vagones con motores Siemens (como los que transportaron a los judíos a los campos de concentración hitlerianos). 


     La escasa vegetación está casi toda en las altas palmeras, tan alejadas del citadino. Sin embargo, hay algunas heliconias cercadas que no despiden ningún aroma. Habríamos podido dejar la nariz en la casa, si pudiéramos, y sólo nos perderíamos de disfrutar los olores a tabaco, café y berrinche, ni siquiera petróleo.


     Seguimos caminando y encontramos en un rincón del parque, un tipo de bulevar a lo largo del cual está dispuesto un fresco de nuestro “Diego Rivera”. Se trata del mural con la “Historia del desarrollo económico e industrial del departamento de Antioquia” (1956), de Pedro Nel Gómez Agudelo. Definitivamente este no es el relato de un artista, sino otra de las versiones mentirosas de la historia redactadas por las familias que nos tienen cagaos, porque estamos mal contados.
 


Mural del pintor Pedro Nel Gómez
    

     Pero para solucionar la cosa están los milicianos, los paramilitares, los mercenarios, las autodefensas, los “cascones” o todo el que haga sus veces. Parece que ahora van de la mano con la ley y juntos nos vigilan a todos. Ahora los terroristas no son ellos sino nosotros. Otras de las excentricidades de esta condenada tierra. Luego tropezamos con un hermoso diseño precolombino hecho por los españoles de la empresa Metro, basado en el arte quimbaya...

                           
     La Iglesia de la Candelaria, la segunda más antigua de la ciudad, está en ruinas, pero si quieres encender un velón en el altar del Cristo caído, son dos mil pesos, como “reza” un letrero. El negocio ha de ser bueno, pues el punto es muy central y hasta han puesto varios vigilantes encargados de regañar a todo el que pise las bancas. El tradicional olor a incienso estaba ausente aquella mañana, pero los feligreses abundaban. No nos quedamos mucho tiempo. En cuanto salimos nos abordaron los limosneros.

 
     Finalmente estuvimos en el bar Pilsen, que fue el lugar de reunión de muchos de los intelectuales de la región; sin embargo, el lugar nada delata de este asunto, a pesar de haber sido declarado patrimonio histórico de la ciudad.



Un hijo o primito de nuestra "cultura"